Beatriz, se llamaba. Bea, la llamaban. Un nombre espantoso. Sánchez era su apellido según le había dicho ese tal Anselmo, que decía ser su hermano mellizo y que había pasado allí la tarde y la noche, sin despegarse de la cama. Eso le llevaba a pensar que era cierto, que quizá fuese su hermano, pero ni su nombre ni ese chico le decían nada. No eran suyos, ¿pero, qué lo era?. Todo era tan confuso, tan extraño, tan… externo, que se sentía aturdida, desconectada. Era frustrante, pero sobre todo era aterrador. Sentirse aislada de su propio pasado le provocaba una intensa angustia. Estuvo un rato pensando qué sabía, aparte de su nombre y un supuesto hermano mellizo. Hizo operaciones aritméticas y sabía resolverlas. Pensó en historia, y conocía la historia de España, a grandes rasgos, pero cuando llegaba al supuesto momento en que debió perder la consciencia, todo se volvía negro. Sin embargo, eso le dio una pista: si conocía la historia de España significaba que no era una iletrada. E iletrada no era una palabra cualquiera. Eso también lo sabía. Luego, presumiblemente, era alguien formada. Pero hasta ahí llegaba todo. Seguía ahí, mirando por la ventana y cavilando, cuando apareció el Doctor, acompañado de Marisa y otro hombre vestido de blanco.
—Buenos días, Beatriz. Es agradable poder llamarte por tu nombre, ¿verdad? —dijo el Doctor.
—Sí, supongo…
La pasaron a una camilla y la llevaron a una habitación más espaciosa, con una cama y un sillón. Había algunos cuadros colgados de la pared. Nada especial, los típicos cuadros que se compran hechos en IKEA. Y de pronto, se dio cuenta de que no estaba en un hospital normal. No recordaba quién era, pero sí cómo era un hospital, y eso se parecía más a un sanatorio o un hospital de pueblo pequeño. Se dio cuenta de que no sabía dónde estaba.
—¿Dónde estoy, en qué ciudad? ¿Cuándo sabré quién soy?
—Bueno, bueno, poco a poco. Estás en Milagro, un pueblo de Navarra. — ¿Milagro?, pensó, Navarra… no le decía nada. Seguía igual de perdida, pero si estaba allí sería por algo. Quizá vivía o trabajaba allí. — Bien ¿cómo te encuentras?
—Confundida, angustiada, frustrada.
—Es lógico. Has estado más de dos años en coma. Dos años aquí más lo que llevases antes.
—¿Pero cómo es posible?¿Dónde me encontraron?¿Por qué estoy en Milagro?
—Despacio —dijo, haciendo un gesto de calma con las manos—. Vamos a centrarnos en la parte médica, y ya iremos avanzando. Tengo que decirte que un caso como el tuyo es extremadamente raro. Poca gente sale de un coma tan largo, y menos aún sin secuelas, pero yo no soy neurólogo, sino internista, así que no tengo experiencia en casos como el tuyo. Según parece, no tienes afección cognitiva, hablas y razonas de forma correcta, pero está claro que tienes una amnesia bastante acusada. ¿Has recordado algo, tu nombre, tu familia…?
—Nada. Sé que me llamo Beatriz, bueno él me llamaba Bea, el chico que me ha estado acompañando. Parecía buena persona pero no he podido hablar con él. No conocerlo me daba… miedo. No sé muy bien cómo explicarlo.
—Normal. Aún es muy pronto. Todo depende de qué te ocurrió. Si el coma fue no traumático, por ejemplo por hipoxia o alguna infección, la recuperación puede ser más lenta y parcial. Pero si hubo un traumatismo, por golpe o lesión cerebral, dependerá de las zonas dañadas. El hipocampo y el lóbulo temporal medial son clave para la memoria. No sabemos qué te pasó, pero por cómo has evolucionado me inclino más por esta segunda opción. Llevas meses en un estado mínimamente consciente. Es posible que en ese tiempo hayas ido recuperando algunas funciones básicas: atención, conciencia, habla… Claramente has recuperado la memoria a corto plazo y gran parte de la procedimental, pero la autobiográfica y emocional pueden tardar años, y a veces no vuelve por completo. El proceso no es lineal. Sé que es duro, pero prefiero ser franco contigo. Sin embargo, tu evolución está siendo muy positiva y soy muy optimista. —Bea escuchaba con atención, pero le costaba seguir el ritmo del médico, que hablaba con rapidez. Sin embargo, prefirió no interrumpir. —En cuanto a las funciones motoras es posible que te cueste mucho tiempo recuperar las fuerzas o incluso volver a andar. Puede que tengas que aprender de nuevo, pero hemos estado haciendo ejercicios de fisioterapia mientras dormías y poco a poco las irás recuperando. Volveré a verte mañana, ¿de acuerdo? ¡Ah, hola Ángel! ¿Qué tal, vienes a ver a nuestra recién incorporada?
—Sí, Doctor, me muero de ganas de hablar con Beatriz. ¿Cómo estás? —Esa voz, pensó, ¿la conozco?. Sintió frío.
—Bien, bien. Supongo…
—Yo me marcho. Ángel, luego nos vemos.
—Muy bien, Rafael. Me quedo un rato con Beatriz, creo que tendrá muchas preguntas —el doctor Carrasco se marchó y Bea se fijó en el hombre que había entrado, de unos cuarenta o cuarenta y cinco años, con una voz grave y masculina y guapo, muy guapo. Le resultaba vagamente familiar—. Bien, Beatriz, soy Ángel, el que dirige todo esto, supongo —sonrió— y seguro que tienes muchas preguntas que hacer. Le dije al Doctor que quería ser yo, personalmente, quien te pusiera al corriente de todo.
—¿Cómo he llegado aquí? ¿Por qué Milagro?
—No es una pregunta fácil de responder. —Ángel hizo una pausa y continuó. —Verás. No hay una forma fácil de decir esto, pero hace cuatro años hubo una guerra. En el 2024 el ambiente a nivel mundial se volvió irrespirable. Guerra en Ucrania, en Gaza, Irán… ¿recuerdas esto?
—Más o menos. Recuerdo fragmentos de la historia reciente y tengo datos sobre algunas cosas. Lo que no recuerdo es mi vida personal.
—Está bien que tengas contexto de la situación. La cuestión, y no me enredaré en detalles, es que se desató una Guerra Nuclear total. Rusia desató el Armagedón atacando Kiev. El resto de potencias, en lugar de intentar que la cosa no fuera a más, avivaron el fuego respondiendo con represalias, también nucleares. Y luego todo se desbocó. Las principales ciudades del planeta fueron borradas del mapa. Aquí en España, Madrid y Barcelona seguro, pero creemos que cayeron Bilbao, Valencia, Zaragoza y posiblemente Sevilla y Santiago de Compostela, aunque solo son elucubraciones. El entorno rural no fue afectado por las bombas, pero aún así se perdieron igualmente millones de vidas. Durante años hemos vivido prácticamente en la Edad Media, y ahora estamos empezando a tener algunas comodidades, después de muchos viajes y sacrificios de personas generosas y desinteresadas… héroes —Bea empezaba a palidecer. Después de las explicaciones del médico, ahora esto. Demasiada información terrible en pocos minutos. Empezó a sentir que le faltaba el aire, que se ahogaba— Oh Dios, perdona, Beatriz, te estás recuperando y esto tiene que ser muy duro. Tranquila. —Ángel le puso una mano en el brazo para tranquilizarla y eso aún la incomodó más. Le resultó… familiar. Pero no agradable.
—Es… te… rrible… —dijo, tratando de controlarse. El fin del mundo. No podía ser. Aun así, consiguió dominarse, hasta que volvió a recuperar el control—. Es terrible, no puede ser… ¿Una guerra nuclear? Oh Dios mío, es horroroso.
—Lo es. Han sido unos años muy duros, pero por fin estamos saliendo adelante. Y tú eres un caso único, que puede ayudar a que la gente crea que es posible avanzar, aun en las peores circunstancias, como en tu caso.
—¿Cómo me encontrasteis?
—En una de nuestras salidas. Estamos organizados en grupos que salen continuamente a cazar, pescar o buscar suministros; comida por supuesto, pero también medicamentos, herramientas, combustible… todo lo que sea necesario. En una de las salidas te encontramos, postrada en una cama. A tu lado había una mujer mayor, sentada en una mecedora. Había… fallecido. Nos figuramos que sería tu madre, o alguien cercano. La verdad es que la escena nos rompió el corazón y decidimos traerte con nosotros. Yo mismo estaba en esa salida. Lo recuerdo perfectamente. Desde entonces, tu recuperación ha sido muy importante para mi. Tiene… significado. No sé si me entiendes.
—Oh, vaya…
—Sé que es difícil, pero estoy seguro de que saldrás adelante.
—¿Y ese chico… Anselmo? Dice que es… mi hermano. ¿Es cierto?
—Ah, ese chico… Sinceramente, no lo sé. Los tiempos han cambiado, Beatriz. Las personas son capaces de cualquier cosa por sobrevivir. Hoy en día es difícil encontrar a gente sincera y honesta. Ese tal Anselmo llegó justo una semana después de que despertaras y debió de escuchar a alguien hablar sobre ti. Probablemente pensó que así podría sacar alguna ventaja… no lo sé. Aquí en El Milagro todo el mundo debe aportar algo a la comunidad con su trabajo. Puede que solo quisiera aprovecharse de nuestra buena voluntad. O eso creo al menos, porque ayer se marchó sin despedirse —Bea estaba confundida. Ese chico se había pasado casi veinticuatro horas junto a ella, contándole cosas sobre su infancia. No se quedó con la mayoría porque estaba demasiado aturdida y sobrepasada, pero parecía tan real…
—En fin, es normal. Desgraciadamente estas cosas han pasado toda la vida. Caraduras, timadores y vendehúmos… Pero puedes estar tranquila. Estás a salvo. Nadie más volverá a molestarte. Ahora debes concentrarte en tu recuperación. Estamos felices de tenerte con nosotros.
—Sí, por supuesto.
—¿Alguna otra cosa que quieras saber?
—No, demasiado en lo que pensar.
—Es cierto —dijo Ángel riendo con ternura—. Te hemos bombardeado con demasiada información. Vaya, vaya, qué desafortunada ha sido la metáfora. En fin, creo que es mejor que te deje descansar. Volveré a verte mañana. Ahora tengo que ir a solucionar un asunto pendiente. Si necesitas cualquier cosa, lo que sea, habla con Marisa o con el Doctor Carrasco. ¿De acuerdo?
—Sí, claro, gracias.
—Muy bien. Hasta mañana entonces.
—Una cosa más. No me has dicho dónde me encontraste.
—Ah, en Logroño. ¿Te dice algo?
—No, la verdad es que no…
—Bueno, todo llegará. Te dejo. Descansa.
Ángel se marchó, y Bea quedó sumida en sus pensamientos. Cuatro años en coma, Armagedón nuclear, una comunidad en Milagro, Logroño, un hermano que no lo era… No tenía forma de saber si lo que le decían era cierto o no. Pero todo era demasiado extraño. Necesitaba pensar, observar, analizar. Necesitaba tiempo. Ese chico, Anselmo, le había hablado de su madre, Teresa, y de su padre, que había muerto cuando eran aún unos niños. Le habló de que era ingeniero y que trabajaba en Madrid, y de que ella era abogada, y Consejera de Cultura del Gobierno de La Rioja, y sobre todo le habló de algo muy extraño: le dijo que ambos podían ver la música, que cada nota tenía un color, y que además podían enviarse el uno al otro mensajes telepáticos con esos colores, que eran… especiales, diferentes, únicos. Ella no le había contestado ni le había dicho nada. Lo que le contaba no tenía ningún sentido. Tampoco le dijo nada de ninguna guerra o Armagedón nuclear. Parecía muy convencido, no daba la sensación de que se estuviese inventando todo eso… algo no encajaba. Seguramente ese chico estuviese loco, quién sabe… En cualquier caso, se había marchado sin despedirse. Quizá Ángel tuviera razón y solo fuese un aprovechado que quería sacar rédito de alguien vulnerable.
Siguió dándole vueltas a todos estos pensamientos, y poco a poco, se durmió.
Cuando despertó, tenía dolor de cabeza y estaba algo mareada. Intentó acomodarse en la cama con las pocas fuerzas que tenía y entonces notó algo. Rebuscó en el pijama y vio que había un pequeño bolsillo. Dentro, un papel doblado. Lo abrió y leyó:
Hola Bea:
Te escribo esta nota para que siempre que tengas miedo, o dudas, o cualquier cosa, la leas y recuerdes que siempre estaré ahí. Contigo.
Nos ha tocado vivir tiempos difíciles, pero sé que al final, volverás. Siempre consigues todo aquello que te propones. Siempre has sido un ejemplo para mí, aunque nunca te lo haya dicho. Qué idiota soy, no haberlo hecho cuando podía.
Ojalá estuviésemos de nuevo en Logroño, en el colegio, yendo de vacaciones los cuatro y disfrutando de la vida. Sin problemas, sin preocupaciones, y contigo. Fue la época más feliz de mi vida.
Estoy TAN orgulloso de ti… solo espero poder conseguir que tú también lo estés de mi, aunque en estos últimos años haya hecho cosas de las que me arrepiento.
Y sobre todo, espero poder hablar contigo a nuestra manera, a través de nuestro canal secreto, y que me mandes un MI, azul cobalto.
Te quiero muchísimo.
Tu hermano, Anselmo.
Bea dobló el papel y lo volvió a guardar. Logroño. Era cierto entonces. Aún así, no sabía si ese chico era un mentiroso o era de verdad su hermano. En todo caso, ese papel le hizo sentirse segura, querida. Le hizo sentirse bien, y desde que volvió no se había sentido bien ni una sola vez. Quizá Anselmo estuviese loco. Quizá fuese un caradura.
Quizá.
ESTE ESCRITO ESTÁ INSRITO EN EL REGISTRO DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL DE LA RIOJA CON NÚMERO DE EXPEDIENTE 00765-02785891
Sinestesia es una novela por entregas. Cada lunes, a las 20:00h de la tarde (hora española) se publica un nuevo capítulo. No sé muy bien a dónde me llevará —o mejor dicho, nos llevará— pero la historia va creciendo, junto con sus personajes, sus conflictos, sus preocupaciones y sus deseos. Para mi está siendo un verdadero disfrute escribir esta historia, que bebe de todas mis referencias y busca contar una historia que te entretenga, te haga sonreír y si es posible, hable de lo que todos llevamos dentro: bondad, miseria, solidaridad, envidia, amor u odio. En definitiva, que sea una historia de lo que todos somos: personas, con nuestros blancos, nuestros negros y sobre todo, nuestros grises.
Si estás leyendo esta novela y te está gustando. Por favor, comparte. Me ayuda mucho.
Y gracias por leerme.