Sinestesia. Capítulo VIII: Un despertar

Sinestesia. Capítulo VIII: Un despertar

Era como si una niebla espesa le llenara la cabeza. Sabía que estaba ahí, pero a la vez sentía que estaba lejos, muy lejos, en otro mundo. Había momentos en los que creía oír algo, pero intentaba hablar y luego se volvía a dormir, sin poder emitir un sonido. Creía ver luces, pero no sabía si estaban allí o eran producto de su imaginación. El tiempo no existía, era como una cinta de Moebius y no sabía si iba hacia delante o hacia atrás. A veces veía imágenes inconexas, deslavazadas. Gente corriendo despavorida, pisándose unos a otros, gritos, un mar de piernas… y después oscuridad, de nuevo. Otras veces veía la cara de una mujer mayor, con el pelo cano y ojos llenos de cariño, que le hablaba con ternura. Oía su voz, suave, pero no la entendía. Era como si las conexiones de su cabeza estuviesen defectuosas, o mejor, averiadas. Intentó recordar, pero no pudo. Solo fragmentos aislados, retazos. Intentó gritar. No sabía si realmente había salido un sonido de su boca. ¿Tenía boca? ¿O es que simplemente era un espectro, a medio camino a un lugar en el que descansar, y carecía de cuerpo? No podía saberlo, y la frustración le quemaba por dentro. Sueño de nuevo. Bruma. En un momento indeterminado en el espacio y el tiempo, abrió los ojos. No pudo observar nada, más allá de un borrón blanco y gris. Sintió el peso de su cuerpo. Sintió que tenía ojos. Parpadeó. Y acto seguido ese simple gesto le hizo sentirse agotada, abrumada incluso. Se sintió sola, olvidada por el Universo, aislada. Volvió a dormirse.

Despertó, pero esta vez no abrió los ojos y se concentró en sentir su cuerpo, despacio, desde la frente hasta los dedos de los pies. Escuchó: voces lejanas, aire. Saboreó: sabor amargo, boca seca, lengua estoposa. Tocó y sintió el tacto. Era un tejido. Sabía que eran sábanas. Respiró, aire fresco cargado de un olor que le resultaba familiar pero que no podía identificar ¿Quién era? No lo sabía, más allá de que era una mujer. Eso le provocó un terror indescriptible.

Intentó moverse. La cabeza, la pierna, el pie, un dedo. Imposible, pero pese a todo, notaba su cuerpo. Era como si tuviera los mecanismos internos apagados, adormecidos. Sabía que podía moverse, pero no tenía fuerzas. Sí, eso era. Debilidad total y absoluta.

—Tranquila, tranquila, —dijo una voz suave, femenina— has pasado mucho tiempo dormida y llevas unas semanas inquieta, haciendo ruidos y moviéndote. No sabía cuándo regresarías del todo. ¿Me oyes? Si me oyes, abre los ojos —la mujer abrió los ojos, despacio. La luz le provocó dolor y los volvió a cerrar.

—Vale, vale, no pasa nada. Cierra los ojos y descansa. Solo quería saber que has vuelto. Te va a costar tiempo recuperarte y va a ser un camino difícil, pero es un milagro que hayas despertado. Llevas aquí dos años. Has estado en coma. Te trajeron en una de las salidas y desde entonces hemos estado cuidando de ti. Por cierto, me llamo Marisa, y soy enfermera. El médico ha estado viéndote durante todo este tiempo y le va a hacer mucha ilusión que hayas despertado.

—Aaaggg, eemm…

—Chsss, calla mujer. Date tiempo. Es un proceso lento y difícil, pero eres fuerte, y te recuperarás, ya lo verás.

—Vaya, vaya, nuestra chica misteriosa ha vuelto. —dijo una voz segura, grave y potente, desde el fondo de la habitación.

—Señor, no sabía que estaba aquí, discúlpeme —respondió la enfermera.

—No mujer, no te preocupes, he venido sin avisar. ¿Cómo está? Y no me llames señor, ya llevas aquí tiempo suficiente para llamarme por mi nombre y tratarme de tú.

—Claro, don Ángel —dijo la enfermera, visiblemente incómoda.

—Ángel, sin el don. Me hace muy mayor.

—Claro, Ángel. Se puede… te puedes imaginar. Después de tanto tiempo en coma, está muy débil. Es cierto que hemos estado haciendo ejercicios para que no pierda excesiva masa muscular, y la hemos lavado y cambiado de postura para que no le saliesen escaras. Es una mujer muy fuerte. Pero no sabemos qué secuelas tendrá después de tanto tiempo. Podría costarle mucho volver a andar, a hablar. Quizá ni siquiera recuerde quién es.

—Me hago cargo, Marisa. Habéis hecho muy buen trabajo. Seguro que tienes mucho trabajo, ve, no te preocupes, yo me quedo con ella.

La mujer escuchaba todo esto, desde lejos, pero cada vez más consciente, más presente, más cerca. Empezó a entender. Sentía cómo su cuerpo se iba encendiendo, poco a poco, como un animal que ha estado todo el invierno durmiendo.

—¿Seguro Señor, digo… Ángel? La verdad que tenemos la planta llena y me vendría muy bien.

—Claro, claro, ve, mujer. Yo me ocupo. —La enfermera se marchó y el hombre permaneció allí, de pie, observando a la mujer postrada. 

—Bien, bien, muchachita… ya estás aquí. Qué ganas tenía —hizo una pausa, como si estuviera pensando qué decir. Luego, hablándose más a él mismo que a ella, dijo: 

—¿Quién eres? ¿De dónde has salido? Eres realmente guapa. —El hombre se acercó, y la mujer notó el calor de su cuerpo para después sentir cómo le pasaba un dedo por la mano, suavemente. El tacto de otro ser humano le resultó extraño. Después, el dedo fue subiendo por el brazo hasta llegar a la tela de la bata que la cubría, pero siguió avanzando. Cuando notó cómo le acariciaba un pecho, sintió terror. Intentó moverse, huir, gritar, pero no tenía fuerzas. Estaba confundida y sumida en un estado de niebla, pero recordó perfectamente cómo es sentirse invadida, dominada, violada…

—Tranquila, mujer. No voy a hacerte daño. No soy un degenerado como aquel de la película… ¿De Almodóvar, era? Sí, creo que sí. En fin, tanto da, solo quería saber si realmente has vuelto, y veo que sí. Me alegro mucho —de nuevo, hizo una pausa, como valorando si continuar o no con lo que tenía en mente—. Eres una mujer preciosa, aunque estés un poco desmejorada por el tema del coma, y eso. Pero vamos a ponerte en forma, ohhh, ya lo creo que sí. Muy en forma. Y entonces, tendrás mucho que aportar…—La mujer sintió terror. Esa voz fría, con disfraz de amabilidad pero que escondía maldad, le había hecho estremecerse. Su fragilidad e impotencia le hicieron sentir indefensa, y lloró. Un lloro sencillo, pequeño, el único del que era capaz. Simplemente una lágrima rodando por su mejilla.

—¡Pero no llores mujer! Estás en las mejores manos. Hemos cuidado de ti durante dos años nada menos; he puesto a los mejores a tu cargo esperando que llegara este día. Una gran inversión, no te creas, pero las buenas inversiones se recuperan con creces, ¿verdad? Bueno… no sé si entiendes de inversiones. Ya tendremos tiempo de hablar largo y tendido. Pero ahora vamos a lo realmente importante —la mujer fue consciente de que el hombre le ponía una mano en la frente. 

—Vaya, vaya, menuda sorpresa. Pero si eres especial… Muy bien, tranquila, puede que moleste un poco.

El hombre cerró los ojos. Ella se movió, inquieta. Una mano cálida, fuerte, pesada. Sintió una molestia creciente en su cabeza que fue transformándose en dolor. El hombre emitió un ruido gutural y ella intentó gritar, pero no pudo. Era como si no fuera dueña de sí misma, como si algo se hubiera metido en su cabeza y la dominase desde fuera. Empezó a notar que algo hurgaba en su cerebro, como si alguien estuviera amasando pan con su materia gris. El dolor entonces se hizo insoportable, como un hierro atravesándole los oídos y por fin gritó. Un grito desesperado de dolor, impotencia y terror. El hombre quitó la mano.

—¿Todo bien, señor, digo… Ángel?

—Sí, Marisa, todo bien. Supongo que está asustada e inquieta. Es normal. Ha pasado por mucho.

—Claro, claro —la enfermera se acercó y tocó la frente de la paciente—. Vaya, tiene fiebre, será mejor que el médico la vea y le paute un antibiótico.

—Desde luego, ve a avisarlo Marisa. Que no tarde.

—Ahora mismo, sí.

La enfermera se marchó, dejándolos de nuevo solos. Entonces, la mujer notó un beso en la frente. Un beso suave, como lo hubiera hecho un padre, o un abuelo. Completamente desorientada, sin recordar quién era, agradeció que el dolor pasara. Pero aún notaba la presencia de aquel hombre terrible y solo quería que se fuera, que la dejase sola. Estaba agotada y quería dormir de nuevo. Pasados unos segundos, escuchó de nuevo al hombre:

—Descansa. Recupérate. Tengo muchas ganas de que me cuentes todo sobre ti. Pero ahora voy a ver qué es lo que me has regalado. 

Sin saber a qué se refería, escuchó cómo el hombre salía de la habitación, lento, pesado, como si estuviera saboreando cada paso. Cuando por fin supo que estaba sola, empezó a llorar, esta vez con más fuerza. No sabía qué había pasado, pero tenía la sensación de haber sido invadida, ultrajada. Se sintió profundamente sola y aislada, deseando que alguien le diera consuelo. Pero, ¿quién? No recordaba nada, ni cómo se llamaba, ni si tenía familia, su trabajo, su edad… nada. Una hoja en un río desconocido, fluyendo en una corriente sin destino ni nacimiento.

En ese momento llegó el médico.

*

Ángel salió de la habitación con la intención de ir a su casa. Siempre que adquiría un nuevo poder, le gustaba ir allí, mirar al río y pasar un rato conociéndolo, probándolo, familiarizándose con él. Se dirigió hacia la salida del hospital, cuando vio al Doctor Carrasco, que posiblemente iba a ver a la mujer recién llegada de entre las tinieblas.

— Ángel, ¿qué tal? ¿Ya te has enterado de que la mujer en coma ha despertado por fin? —dijo el médico.

—Sí, justo ahora vengo de verla. Por favor, quiero que la vigiléis las veinticuatro horas, que se recupere cuanto antes. Si tenéis que ponerle fisioterapia, o ayuda de cualquier tipo, tienes vía libre. Cuenta con los recursos que necesites.

—Muy bien, Ángel, así lo haré. ¿Es especial?

—Avísame con cualquier cambio que haya. Si no estoy, avisa a Julián —respondió Ángel, haciendo caso omiso de la pregunta.

—De acuerdo, cuenta con ello. Por cierto, pasaré la semana que viene a hacerte el chequeo periódico, ¿de acuerdo?

—Estoy como un roble, Carlos, pero de acuerdo.

—Ah, otra cosa Ángel. Nos hemos quedado sin espacio para… bueno, que los hornos no dan abasto. O aumentamos la capacidad de producción o la de almacenaje, pero vamos a acabar teniendo un brote de cualquier infección, y no andamos sobrados de medicinas. Los cuerpos ahí tirados, pudriéndose… no puede ser.

—Sí, es cierto, me lo dijiste la semana pasada. Búscame un grupo que esté fuerte para trabajar y mientras yo hablaré con Chema para que planifique la construcción de dos nuevos hornos y un pabellón. No podemos retrasarlo más.

—Genial, gracias. Ya sé que estás a muchas cosas, pero esto es necesario.

—Lo sé, lo sé, no te preocupes Carlos, es tu trabajo. Oye, ya que estamos, ¿cómo vas con tus investigaciones?

—Es pronto aún , necesito muchos más sujetos antes de tener siquiera una idea de hacia dónde pueden ir los tiros.Ten en cuenta que estamos trabajando como hace un siglo… llevará tiempo.

—De acuerdo. Ya sabes, prioridad absoluta.

—Por supuesto, Ángel.

Los dos hombres se despidieron amistosamente y Ángel continuó con su camino. Cuando pasó por la enfermería, donde estaban las personas ingresadas o que estaban recibiendo algún tratamiento, escuchó la música que venía de algún aparato —probablemente un CD o cassette antiguo— y una miríada de colores asomó a su campo visual. ¿Qué es esto, colores? —se preguntó—. Sintió entonces un mareo repentino y tuvo que apoyarse en una pared para no perder el equilibrio. Estaba claro que aún no dominaba su recién adquirida capacidad pero sobre todo que no la entendía. Recuperada la compostura, se alejó de allí para ir a su casa, que estaba cerca. Cuando hubo llegado, subió al piso de arriba y se acercó a la ventana, que daba al río. Se quedó allí de pie, mirando, analizando lo que acababa de tomar, empezando a sospechar cómo funcionaba. Normalmente no era complicado saber en qué consistía el nuevo poder, pero esta vez era distinto… faltaba algo. Era como si ese poder estuviera dividido, cortado en dos… Se concentró y empezó a entender. Tendría que ir a su despacho y poner música para verificar lo que sospechaba… sinestesia, una especie de condición neurológica que hace que los sentidos se entremezclen. Hay personas que “saborean” palabras o que “huelen” números. La mujer del hospital claramente tenía una variante que cruzaba la vista y el oído, materializándose en las notas musicales. 

Ahora entendía más rápido las capacidades adquiridas, y todo gracias a aquel viejo que encontró en el piso de abajo de su chica en coma, que le había dado la capacidad de leer cualquier cosa y recordarla con total exactitud —se llamaba memoria eidética— y eso le permitía aprender y entender todo mucho más rápido. Era una capacidad que pasaba completamente desapercibida y así seguiría siendo… ya se sabe, la información es poder… Así que había empezado a leer de forma compulsiva, acumulando conocimiento y sabiduría. Acumulando información. Acumulando poder.

Lo que le había dado ese anciano era muy valioso, sin duda. La anciana que estaba con la chica no podía trabajar y no era especial, así que no tenía ningún valor. Sin embargo, aunque aquel día no pudo saber si la chica lo era, algo le dijo que debía llevársela. Su intuición había sido acertada, y ahora que había despertado, la coincidencia le resultó curiosa… ¿dos especiales juntos? Los especiales no salían de debajo de las piedras.

Sin embargo este nuevo poder era bastante inútil…¿Ver la música? Esperaba algo mejor. Aun así, siguió escrutando su recién adquirida cualidad, cuando un impulso surgió de forma espontánea. No entendía muy bien qué había pasado pero sintió cómo algo salía de él. Algo azul, azul cobalto. Un MI natural. Supo, con absoluta seguridad, que había enviado un mensaje. A quién no lo sabía, pero todo llegaría, por supuesto. La confirmación a su hipótesis llegó en forma de mensaje sinestésico. Una respuesta. Naranja. SOL. Vaya, vaya. Un momento…

De golpe acudieron a su cabeza, hiperactiva por la capacidad mental adicional que había incorporado recientemente, un montón de aplicaciones. 

Comunicaciones.

La comunicación era vital para cualquier organización, principalmente porque le daba una ventaja competitiva… y eso era oro molido. Lo más lejos que habían llegado era a unos pocos kilómetros con walkie-talkies, pero en un planeta sin internet, ni satélites, ni cables telefónicos siquiera, la posibilidad de comunicarse sin limitaciones de espacio era, sin duda, una prioridad absoluta. Pero de nada le servía el poder si no localizaba a la otra mitad involucrada. ¿Quién era la persona con la que acababa de comunicarse?. La chica guapa estaba medio vegetal. Quizá recuperase la memoria, pero en todo caso no dependía de él. 

Entonces recibió un nuevo mensaje. Naranja a un lado, verde al otro. Una quinta justa. Vaya, vaya… Tenía que pensar. Por lo pronto, decidió contestar. Cabía la posibilidad de que hubiera algún nexo entre emisor y receptor, así que lo más lógico era mantener la comunicación, aunque sin pasarse. Mejor no dar pistas. Probó de nuevo con el azul. Encontrar a esa persona era prioritario. Cogió el walkie-talkie.

—Julián, ven a mi casa, quiero comentarte algo. Cambio.

—Sí señor. Cinco minutos, lo que me cueste llegar. Cambio y corto.

Exactamente a los cinco minutos, sonó el timbre y entró Julián. Era un hombre ancho, no muy alto y con una incipiente calvicie. Tendría unos 60 años y la piel morena y ruda, como la de un agricultor que se pasa las horas trabajando al sol. Llevaba unos vaqueros anchos, botas de monte y una camisa de cuadros.

—Pasa Julián.

—Buenas tarde jefe. Dígame.

—Siéntate. ¿Una cerveza, agua?

—No señor, gracias. Estoy bien.

—Muy bien. Antes de nada. He estado con el matasanos. Dice que si no aumentamos la capacidad de producción en las barbacoas vamos a acabar teniendo un brote de alguna infección. Me dan igual los apor, por mí se pueden morir todos de lepra o peste o ébola, hay de sobra, pero no quiero perder recursos valiosos, así que habla con Chema y que organice la construcción de dos hornos y un pabellón nuevo para los cuerpos. Carrasco es un ególatra, pero esta vez tiene razón.

—Perfecto, señor. Delo por hecho.

—Estupendo. Te he llamado porque quiero que des prioridad a la búsqueda de especiales. Los quiero sanos y salvos. Si sufren algún daño antes de llegar aquí, habrá consecuencias —hizo una pausa, y continuó—. Julián, si queremos acabar con ellos necesitamos algo más que armas y especiales. Eso también lo tienen. Necesitamos una ventaja estratégica. Necesitamos inteligencia. Espías. Y para eso hacen falta comunicaciones, que no tenemos. No podemos seguir con papeles enterrados o la idea del cacereño ese de las palomas mensajeras. Dios de mi vida, qué estupidez. ¿Lo mandaste a la barbacoa? 

—Sí señor. Y estoy de acuerdo, señor —Ángel hizo una pausa antes de decir lo que tenía en la cabeza, mientras Julián esperaba, sin mover un músculo ni mostrar la más mínima ansiedad. Por eso es tan bueno, pensó Ángel, no se inmuta.

—Creo que he identificado a un especial que podría darnos esa ventaja —hizo otra pausa—. Quiero que los chicos pongan más atención. Por supuesto, no des ninguna explicación, prefiero que solo lo sepas tú, de momento. No sé dónde está. Lo único que sé es que no es un poder visible a primera vista, ni peligroso. Podría pasar completamente desapercibido, y yo no tengo el don de la ubicuidad.

—Perdón, señor, no le entiendo.

—Que no puedo estar en todos los sitios a la vez para saber si alguien es especial o no, así que necesito que seamos muy, muy, cuidadosos. ¿Está claro?

—Completamente señor.


Sinestesia es una novela por entregas. Cada lunes, a las 20:00h de la tarde (hora española) se publica un nuevo capítulo. No sé muy bien a dónde me llevará —o mejor dicho, nos llevará— pero la historia va creciendo, junto con sus personajes, sus conflictos, sus preocupaciones y sus deseos. Para mi está siendo un verdadero disfrute escribir esta historia, que bebe de todas mis referencias y busca contar una historia que te entretenga, te haga sonreír y si es posible, hable de lo que todos llevamos dentro: bondad, miseria, solidaridad, envidia, amor u odio. En definitiva, que sea una historia de lo que todos somos: personas, con nuestros blancos, nuestros negros y sobre todo, nuestros grises.

Si estás leyendo esta novela y te está gustando. Por favor, comparte. Me ayuda mucho.

Y gracias por leerme.

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Gonzalo Villar | Piano - Teatro - Ciencia
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