Anselmo se había ido a la casa que le habían asignado. Y sí, había decidido descansar. Pero a los diez minutos de estar en la cama, bocarriba, sin poder relajarse, decidió que su sitio estaba junto a su hermana… ¡Qué cojones hacía ahí tumbado! Así que salió, y no le sorprendió encontrarse al maromo de dos metros de altura del hospital, cráneo brillante, inflado como un cruasán, vigilando la puerta. Cuando veía a uno de esos tíos con músculos como sandías de Almería no podía evitar pensar que todo su esfuerzo mental se dirigía a hacer crecer esas masas y no a pensar o aprender. Sí, era un pensamiento simplón y una generalización torpe, pero aun así, no se bajaba del burro. El cerebro vence al músculo, decía uno de los mejores supervillanos de la historia, Lex Luthor. Y si lo decía Lex, era cierto y punto. Y además le había tocado los cojones en el hospital. El mostrenco levantó el arma y mostrando su gran capacidad para la oratoria, dijo:
—No.
—Vale Pablo Neruda, me voy a ver a mi hermana. Si tienes que dar parte, hazlo. Pero yo me piro —el mastuerzo se quedó pensando, posiblemente buscando el significado de “dar parte” o incluso de “Pablo Neruda”. Anselmo no temió por su integridad. Por fin, el morlaco cogió su walkie-talkie, y en un alarde de retórica, dijo:
—Quiere salir.
—¿A dónde cojones quiere ir? El jefe ha dicho que no salga —respondió alguien al otro lado del aparato, con estática como para alicatar un cuarto de baño. El bigardo, con cara de ir a sentenciar una frase lapidaria, dijo:
—¿A dónde cojones quieres ir?
—Pues al hospital, a estar con mi hermana —entonces el cenutrio, mostrando una memoria digna del mismísimo Ozymandias, dijo:
—Pues al hospital, a estar con su hermana —¡Oh, es un portento, ha sabido cambiar el determinante posesivo!— pensó Anselmo. Después, silencio. Un minuto más tarde, Anselmo decidió entablar conversación.
—¿Bueno, y qué? ¿La idiosincrasia de este núcleo organizativo es tendente a la plutocracia o se inclina por un modelo más democrático? —El garrulo se quedó pensando, y mostrando su gran velocidad argumentativa, expresó:
—¿Qué cojones dices, a que te meto la cabeza en el ojete de una hostia?
—Vaaaale —dijo Anselmo, haciendo un gesto con las palmas de las manos y echándose un par de metros hacia atrás. Finalmente, la radio habló.
—Bien, que vaya. Acompáñale hasta la puerta y no te separes de él. Y te quedas fuera vigilando. Es una orden.
—Sí —dijo el ceporro.
—El cerebro vence al músculo.
—¿Qué has dicho?
—Nada, que me duele el culo. Estoy recién salido del hospital, ya sabes —gruñido del mamotreto; sonrisa de Anselmo.
*
No se separó de la cama de Bea en toda la tarde, aunque no pudo intercambiar muchas palabras con ella. Intentaba contarle cosas, e incluso había mandado algún mensaje sinestésico, pero nada: La mayoría del tiempo estaba dormida, y cuando abría los ojos no decía ni una palabra. Tuvo que salir de la habitación cuando vino Marisa para cambiarla y después cuando volvió de nuevo con un fisioterapeuta para hacerle unos ejercicios. Bea lloraba por el dolor, aunque el fisio le dijo que era normal. Tanto tiempo en reposo… Anselmo estaba observando a su hermana, con la mirada perdida, enfrascado en sus pensamientos, cuando la voz de Ángel le sorprendió. Fingir que no quería matarle era realmente complicado, pero de momento tenía que disimular.
—Hola Anselmo. ¿Qué tal te encuentras?
—Bien, bien, yo estoy bien. Pero Bea… no sé si algún día volverá a ser la misma.
—Seguro que sí, confiemos en ella. Si ha aguantado todo este tiempo es que es muy fuerte.
—Vaya si lo es. Dos ovarios como dos soles tiene. —Ángel rio, complacido por la poco sutil metáfora.
—Bien, Anselmo. Quiero que mañana por la mañana vengas a mi casa. Quiero comentar algo contigo. Te diría que te fueras a tu casa a descansar, pero estoy seguro de que no vas a querer, así que no tiene sentido emprender una batalla perdida de antemano.
—No, de aquí no me muevo.
—Ya decía yo. Bien, puedes quedarte aquí a pasar la noche. Diré que te traigan algo de cenar. Torcuato se quedará fuera. No es que no me fíe de ti. Es solo por tu seguridad. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—Bien, pues mañana a las ocho de la mañana en mi casa. En punto, soy muy estricto con la puntualidad. Desayunaremos juntos. De todas formas, Torcuato te acompañará.
—Bien. A las ocho —Ángel se despidió y Anselmo se quedó allí, pensando.
—¿Torcuato, en serio? No me jodas —y por primera vez en varios días, rio suavemente, sin aspavientos, pero relajado, y dejando que la risa le curase un poco el alma—. Torcuato… Puto animal de bellota.
*
A las ocho y cuarto de la mañana en punto, Anselmo llamó a la puerta del amado líder con el bigardo detrás de él. Aún no podía matarle, pero podía tocarle los huevos llegando tarde. Pequeñas victorias, disfruta del momento, vive el presente de los cojones. Abrió don Ángel en persona.
—Llegas tarde. Que sea la última vez.
—Me ha costado separarme de Bea. Y no me gusta que el señor Luca de Tena me siga a todas partes.
—Me da igual. No se llega tarde. Nunca —Anselmo iba a tocarle un poquito más las pelotas pero decidió que era mejor no tentar a la suerte. Ya se me ocurrirán otras cosas, soy un tío creativo, pensó, lleno de odio. Así que no contestó—. Si vas a vivir aquí tienes que cumplir las normas.
—¿Y quién te ha dicho que quiero vivir aquí? —¡Pum!, pensó.
—Bien, empecemos de nuevo. Estás cansado y nervioso. Y no todo el mundo encuentra a su hermana cuatro años después de un Holocausto nuclear.
—Es cierto.
—Tal y como yo lo veo no tienes muchas opciones. Tu hermana no puede irse de aquí, y tú te querrás quedar con ella, como es normal. Pero aquí nada es gratis. Tendrás que trabajar —Anselmo calló. Quería saber a dónde quería llegar.
—Como te dije cuando llegaste, no nos sobran los recursos. Aunque a simple vista pueda parecer que vivimos en un lugar privilegiado, cuesta muchísimo mantener todo esto. Y fuera de nuestros muros, lo saben. Tenemos enemigos.
—Aha.
—Tú puedes ayudarnos a defendernos.
—¿Quieres que me aliste? ¡El Tío Sam me quiere! ¡Ouh yeah!
—No frivolices con esto. Mucha gente ha muerto para que tú y tu hermana os podáis recuperar.
—De acuerdo. ¿Qué se supone que puedo hacer yo?
—Inteligencia.
—¿Perdona?
—Hay otra comunidad. En Calahorra. Son unos salvajes y quieren destruirnos. Llevamos años en guerra. No han intentado entrar aquí… aún. Pero se están preparando, y lo harán. Necesito que vayas allí y te infiltres.
—Ya. Vale. Un segundo que lo procese… ¿Y cómo se supone que te voy a mandar la información, con palomas mensajeras? —Ángel rio, otra vez. Y entonces, Anselmo recibió un mensaje sinestésico. La bandera de Irlanda, naranja a un lado; verde al otro. Anselmo se levantó como un resorte.
—¡Bea! Me tengo que ir.
—Quieto. Siéntate. No ha sido Bea.
—¿Qué? —otro mensaje. Azul. Azul cobalto. A Anselmo le temblaron las piernas.
—Azul. MI natural —dijo Ángel—. Contéstame, vamos —Anselmo no podía creer lo que estaba ocurriendo. Temblando, sintiendo que le habían robado su tesoro más preciado, lanzó un SOL, naranja, lo que siempre solía hacer.
—¿Siempre respondes con un SOL?
—¡Hijo de puta! —Anselmo se abalanzó sobre Ángel, con el impulso irrefrenable, primario y puro de asesinar a ese malnacido, pero Torcuato el morlaco se abalanzó sobre él, le cogió del cuello y le inmovilizó. Ángel, se puso de pie y acercó su boca a la oreja de Anselmo, y muy suavemente, susurrando como un gato de Cheshire, dijo:
—Le he robado el poder a tu hermana, y ahora estamos unidos. Tú, y yo, ahora somos parientes.
—Hijjjo de… puta.
—Aprieta un poco más, Torcuato, creo que no me entiende.
—Ajjjjjj
—Escucha con atención. Esto es importante… No puedes hacer nada, porque tengo a tu hermana. Ahora mismo la están cambiando a otra habitación, cerrada con llave. Y puedo ir a verla cuando yo quiera… y chico, tenías razón, es muy, muy guapa —Anselmo abrió los ojos hasta no poder más. El odio y el terror estaban tan concentrados en su torrente sanguíneo que pensó que le iba a estallar una vena—. Ya, entiendo tu frustración, Anselmo. ¿Por cierto, qué nombre de anciano es ese? ¿No serás pariente del viejo ese del segundo al que le quité su poder? ¿O quizá de la anciana que estaba al lado de Bea? —Anselmo sintió que perdía el control. Gritaba y forcejeaba y golpeaba, pero aquella mala bestia lo tenía completamente inmovilizado—. Ay, pobre anciana. No tenía poderes y no podía trabajar, así que le dimos una muerte rápida. Puedes estar tranquilo, no sufrió. Somos gente civilizada. Afloja el cuello, Torcuato, pero no lo sueltes. Que se desahogue.
—¡¡¡AAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH, HIJO DE PUTAAAAA, TE VOY A MATAAAAAAAARRRRRRR!!!!!!!
—Vale, aprieta de nuevo Torcuato —Anselmo tuvo que callar de nuevo, los ojos inyectados en sangre, las lágrimas de impotencia cayendo por sus mejillas, todos los músculos de su cuerpo tensos como las cuerdas de un piano—. Bien, esto es lo que va a pasar. Ahora, Torcuato te va a llevar a una celda. Vas a pasar ahí cuarenta y ocho horas. Sin comida y sin bebida. Dentro de dos días, hablamos de nuevo. Quizá entonces estés más relajado y podamos llegar a un acuerdo. Llévatelo.
*
Setenta y dos horas después, el agradable y delicado Torcuato abrió la puerta. Anselmo estaba agotado, sucio y hambriento. Había pasado —¿Dos días, tres días, una semana?— en un cuartucho de dos metros cuadrados, meando y cagando en una esquina. Por lo menos la dieta le había traído algo de paz a su maltrecho estómago. Sin embargo, el odio puro, sin fisuras, le mantuvo firme, activo, lleno de vida. Que ese malnacido le hubiera robado el vínculo más íntimo que tenía con su hermana le hacía arder las entrañas. Sin memoria, su “conexión” era la mayor esperanza para ayudarle a recordar. En medio de aquel océano de pensamientos Ángel se asomó al umbral de la puerta.
—Ufff, Santo Dios, así tiene que oler el infierno. ¿Qué, cómo te encuentras Anselmo? ¿Más tranquilo? —Anselmo no contestó. Solo miraba a Ángel con desprecio, aunque sabía que eso no tenía ningún efecto sobre ese sádico de mierda— Bien, Torcuato te va a llevar a darte una ducha, vas a comer algo y hablamos. ¿De acuerdo? ¿De, a, cuerdo? —dijo, haciendo pausas entre las sílabas.
—Sí.
—¡Ea!
Después de ducharse y de comer un bocadillo de tortilla francesa y una botella de litro y medio de agua, Anselmo se encontró algo mejor, pero la frustración de no poder hacer nada le hacía sentirse enfermo. Torcuato le llevó ante Ángel, que estaba sentado ante una mesa de plástico roja de Mahou Cinco Estrellas, al aire libre, tomando un zumo.
—Zumo de naranja. Hemos plantado unos naranjos ahí detrás. Qué maravilla.
—¿Al lado de los crematorios, puto Hitler a la española?
—No seas melodramático, Anselmo. El mundo ha cambiado. Nos hemos cargado la civilización y no hay recursos para todos. Y la evolución nos ha dado nuevas capacidades para sobrevivir, pero no a todos. No sé tú, pero yo capto el mensaje: solo sobreviven los fuertes, los que pueden trabajar. ¿Un mensaje que utilizaron otros antes que yo? Puede. Pero no andaban muy desencaminados. Es la evolución, beibe, que decían los Pearl Jam. ¿Te gustan los Pearl Jam? Tengo toda la discografía en casa, la tenía un tío de Aldeanueva de Ebro. Lo mataron a golpes.
—Te voy a matar.
—¡Qué va! No, no me vas a matar. Porque tengo a tu hermana. ¿Sois mellizos? Bueno, me da igual. Vamos a hacer un trato. Tú te infiltras en Calahorra. Me dices quién es el jefe, cuánta gente tienen, entradas, horarios… todo. Y yo, cuido de tu hermana y hago que se recupere. Eso sí, no te garantizo que no nos hagamos amigos… Además, si no recupera la memoria estoy seguro de que podría enamorarse de alguien bueno y detallista como yo… soy como un Ángel.
—Te juro que si le pones una mano encima…
—Vaya, vaya. Pareces un actor de Hollywood. Vaya cliché por favor. Menos mal que te llamas Anselmo. Es el nombre menos hollywoodiense que existe.
—No sé cuándo. No sé cómo. Pero te juro que me voy a vengar. Y me correré de gusto. Si puedo en tu puta cara de hijo de Satanás. O igual mejor me cago encima de ti antes de matarte. ¿Te parece esto suficientemente hollywoodiense puto psicópata?
—Bueno, más bien de Almodóvar. Pero vale. Bien, al grano, no me impresionas con tus soflamas varoniles de riojanito, así que te vas a Calahorra. Búscate la vida para entrar y que confíen en ti. Desde aquí son casi seis horas a pie, cinco a buen paso. Pero no te voy a dejar que salgas de aquí, son demasiado listos. Así que mis hombres te llevarán a un punto más alejado que no te conecte con nosotros. Verás qué cuádriceps se te van a poner. Igualitos que los del señor Luca de Tena, como le llamas. Muy ocurrente, como siempre. Una vez dentro, me enviarás un primer mensaje para avisarme de que lo has conseguido. Me puedes mandar la bandera de Irlanda que tanto os gusta. Después, todos los domingos a medianoche hablaremos. He pensado que utilizaremos el morse. Elige tú los colores para el punto y la raya.
—No, el morse es poco funcional. Utilizaremos mi sistema.
—¿Ves? Ya lo vas entendiendo. Muy bien, Anselmo. Además eres un buen fichaje, ingeniero e inteligente, sabrás adaptarte. Luego me explicas tu sistema entonces. Pero aquí va lo realmente importante. Si me mientes, me follaré a tu hermana, con amor, eso sí —Anselmo notó como la furia le invadía—, si no me obedeces, aunque sea una tontería, ya no lo haré con amor, y si hay una tercera falta por tu parte, no quedará nada de ella. Y no lo haré rápido como con tu mami, ¿porque era tu madre, verdad?. Esta vez seré mucho más creativo. Y no digas que me vas a matar. Odio a las personas que están diciendo lo mismo una y otra vez. Ya lo sé, me matarás. Concéntrate en lo que nos ocupa. Bien: ¿Tenemos un trato?
Anselmo no tenía fuerzas para emitir ningún sonido. Estaba completamente bloqueado por la frustración, el miedo y la ira. Había caído en la trampa de ese puto loco y ahora estaba a su merced: era un arma para joderle la vida a la gente. A más gente.
—Despiértale, que se nos duerme —Torcuato el morlaco le dio una bofetada en el cogote, tan fuerte que Anselmo se mareó. —¿Tenemos un trato?
—Sí.
—Muy bien. Sales mañana. Aprovecha para descansar. Torcuato te acompañará a tu casa. Ah, y se ha acabado la hospitalidad. No saldrás hasta que mañana te marches. Así que no intentes salir ni buscar a tu hermana. No la encontrarás. Considéralo un acicate para que te tomes en serio tu trabajo. Llévatelo.
Anselmo se dio la vuelta, derrotado, en dirección a su casa, aunque no podía haber un término más alejado de lo que ese sitio significaba para él. Cuando ya pensaba que podía contentarse con dejar de oír esa voz autocomplaciente, Ángel volvió a hablar.
—Ah, antes de que se me olvide. Mañana te acompañará Amador con sus chicos. Les he perdonado el castigo. ¿Contento verdad?
Anselmo se fue. No se le ocurrió ningún comentario socarrón.
Sinestesia es una novela por entregas. Cada lunes, a las 20:00h de la tarde (hora española) se publica un nuevo capítulo. No sé muy bien a dónde me llevará —o mejor dicho, nos llevará— pero la historia va creciendo, junto con sus personajes, sus conflictos, sus preocupaciones y sus deseos. Para mi está siendo un verdadero disfrute escribir esta historia, que bebe de todas mis referencias y busca contar una historia que te entretenga, te haga sonreír y si es posible, hable de lo que todos llevamos dentro: bondad, miseria, solidaridad, envidia, amor u odio. En definitiva, que sea una historia de lo que todos somos: personas, con nuestros blancos, nuestros negros y sobre todo, nuestros grises.
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Y gracias por leerme.