Todo es cálculo (igual no decides tú)

Todo es cálculo

Si me sigues ya me habrás leído cosas acerca del libre albedrío. Lógico; es un tema muy presente en la literatura y el cine de ciencia ficción. Gonzalo en estado puro, vamos.

Al ser humano le ha obsesionado, desde siempre, su libertad, así que no es baladí reflexionar sobre el tema, porque si profundizamos un poco, nos lleva a una conclusión trascendental:

¿Importa una mierda lo que hagamos con nuestra vida?

Siempre he sido defensor del libre albedrío; de que somos libres de actuar y pensar, aceptando con madurez las consecuencias de nuestras decisiones. Lo contrario, como ocurre en el sublime “Exhalación” de Ted Chiang (que he citado hasta poder considerar que soy un canso) supondría un mazazo y una posible desmotivación por la vida: si nada de lo que decidamos importa, ¿para qué decidir?

Bien, pues una reciente lectura ha cambiado sustancialmente mi modo de enfocar todo esto, hasta el punto de descubrir una conexión directa con la tecnología que, de cumplirse, podría significar un cambio de paradigma en nuestra existencia.

Determinismo

Dice Gémini (me da a mí que la Wikipedia va a tener que modernizarse y rapidito) lo siguiente:

“El determinismo es una doctrina filosófica que sostiene que todos los eventos, incluyendo las acciones humanas, están causados por eventos anteriores de acuerdo a leyes naturales. En otras palabras, todo lo que sucede está predeterminado y no hay lugar para el azar o la espontaneidad.”

La cuestión es que depende desde qué prisma analicemos esta cuestión. Dice Richard Feynman en su autobiografía “¿Está usted de broma, señor Feynman?” (spoiler: sí, siempre está de broma) que a nivel subatómico, todo es cuestión de azar y que eso, como físico teórico y científico (y ser humano) le causa una gran inquietud. Pero así lo aseguran los postulados de la mecánica cuántica, una teoría científica que estudia lo muy pequeño.

A nivel subatómico, las leyes que rigen la naturaleza no tienen nada que ver con lo que nosotros, que vivimos en lo “muy grande”, observamos. Por eso esta teoría, para los que no somos físicos teóricos, nos resulta tan extraña y contraintuitiva.

Simplemente, estos efectos cuánticos son imperceptibles para nosotros, lo cual no quiere decir que no existan. La realidad es que las predicciones de la teoría se cumplen con una asombrosa exactitud. Esto puede parecer un contrasentido (si hay azar, no puede haber predicción) pero no lo es. En realidad, las ecuaciones de la mecánica cuántica calculan probabilidades: la solución (predicción) de que un electrón esté en un determinado punto del espacio puede ser muy alta – digamos, del 99% – pero eso deja un 1% al azar. Al azar absoluto y desconocido.

Por tanto, si a nivel subatómico todo es cuestión de azar y probabilidad, parece sencillo inferir que toda la naturaleza lo es. Sin embargo, en esa traslación a lo muy grande, las reglas cambian por completo.

A nuestro nivel, el azar y la probabilidad no existen (no hay una probabilidad de que estemos aquí o allá, simplemente estamos), y es aquí donde pueden surgir las dudas, pero algo está muy claro: nosotros SÍ tenemos la sensación de que podemos decidir.

¿Seguro?

Todo es cuestión de cálculo

Pero Feynman no se queda en esa mera afirmación. De hecho, va mucho más allá. Asegura que la física, que de forma muy resumida consiste en buscar reglas matemáticas que expliquen el funcionamiento de la naturaleza, despliega ecuaciones que son capaces de predecir muchos fenómenos con asombrosa exactitud.

Por ejemplo, sabemos que, si calentamos agua a presión atmosférica, al llegar a los 100ºC el agua se evaporará. O que, si tiramos una piedra, que pesa M, con una velocidad V, caerá exactamente a L metros de aquí. Eso, en cierto modo, es una especie de determinismo, ya que está DETERMINADO lo que va a pasar. Sí o sí.

Sin embargo, hay otras cosas que no podemos saber con ninguna seguridad. Por ejemplo, no podemos saber si dentro de 20 días lloverá o hará un maravilloso día de cañita y piscina. Y tampoco podemos saber si habrá un apagón masivo.

Interludio: ¿alguien se acuerda del apagón? Pardiez, pasan tantas cosas en este país, que los bombazos informativos tienen obsolescencia programada. Hemos llevado lo de “un clavo saca a otro clavo” a categoría de dogma. Pero no nos desviemos del tema.

Bien, aquí viene la perla de Feynman: él sostiene que todo es cuestión de cálculo. Podemos saber que el agua hervirá o la distancia a la que caerá la piedra porque el cálculo es sencillo. Sin embargo, en el caso del tiempo atmosférico o la magistral gestión de Red Eléctrica de España, los cálculos son tan complejos que no tenemos potencia de cálculo suficiente.

Te lo vuelvo a escribir: no tenemos potencia de cálculo suficiente…

Aún.

La potencia sin control no sirve de nada

Decía un famoso anuncio de neumáticos (no diré el nombre porque me lee tanta gente que no puedo hacer publicidad gratuita, pero era Pirelli) que la potencia sin control no sirve de nada. Aunque es una perogrullada, como eslogan funcionó que te cagas.

Pero estamos lejos de que nos sobre potencia, más bien al contrario. Últimamente proliferan los centros de datos, se están creando Centros Tecnológicos e infraestructuras de datos para que las empresas las usen para proyectos tecnológicos. Los científicos de hace décadas tuvieron que usar tarjetas perforadas para hacer cálculos complejísimos que ahora se hacen con superordenadores capaces de hacerlos 1.000, 10.000, 100.000 veces más rápido.

Y aún así, no es suficiente. ¿Pero cuando lo sea? La energía de refrigeración para un centro de datos es enorme; cada vez que enviamos un adjunto de 1MB en un email estamos gastando entre 0,3 y 5Wh (ya, poco, pues multiplica por los emails que mandas al año, y luego por los habitantes del planeta y fliparás). Para que te hagas una idea, 1Wh (watio*hora) es lo que consume una bombilla LED de 10W encendida durante 6 minutos. Y si hablamos de agua, el mismo archivo consume entre 0,1 y 0,5 litros de agua, dependiendo de varios factores…

Voy a jugar a ser Michio Kaku: ¿y si en el futuro los centros de datos están en el espacio, donde no hay que refrigerar y hay energía solar de sobra? ¿Y si los ordenadores cuánticos, tras años de investigación y desarrollo, llegan a ser la puta flipada que los expertos aseguran? ¿Y si, por fin, conseguimos la tan ansiada fusión nuclear, el mecanismo de generación de energía de las estrellas, que nos dé energía ilimitada para alimentar nuestros servidores?

Créeme, puede que falte tiempo, pero esas cosas no son ciencia ficción y acabarán llegando. Y eso significará solo una cosa: si tenemos potencia a raudales, potencia sin control, podríamos calcularlo todo.

Y si podemos calcularlo todo, absolutamente todo, no estaremos muy lejos de poder predecir el futuro.

¿Y a dónde nos llevará eso?

Cambio de paradigma

Ya está pasando. El mundo ha cambiado más en 50 años que en los 50 siglos anteriores. Todo es inmediato, automático e inalámbrico. Le pides a una máquina que te escriba algo y lo hace en segundos. Le subes un pdf con la lección de mecánica de fluidos y el enunciado de un problema y lo resuelve en segundos (ojito con las implicaciones de esto a nivel educativo, pero eso para otro día).

Y eso solo es la punta del iceberg. El ritmo de avance es indescriptible. Millones de personas están trabajando en tecnologías que aún no han salido al mercado, pero que van a revolucionar nuestra vida. Y todo esto requiere de potencia de procesamiento y cálculo. Es una burbuja de datos que no sabemos a dónde llegará.

Así que solo sobrevivirán aquellas personas y entidades que conozcan, usen y desarrollen tecnología de forma eficaz.

Pero, ¿Qué pasará si podemos calcularlo todo, si podemos saberlo todo?

El ser humano ha vivido toda su vida en la incertidumbre. La entropía del Universo nos aboca a la degradación biológica y a la muerte. A olvidar, a envejecer y a deteriorarnos.

¿Y si todo eso cambia? ¿Será entonces el ser humano otra cosa, si ya no responde a los principios con los que fue creado?

Muchas preguntas y pocas respuestas.

Lo cierto es que nunca me había parado a pensar en la trascendencia de todo esto. Hasta que, un día, paseando por una librería, encontré por casualidad un libro. En él, un tipo brillante escribió una frase que me voló la cabeza. Me hizo replantearme hacia dónde vamos como especie.

Si todo es cuestión de cálculo, puede llegar el momento en el que nos alejemos tanto de lo que somos que, sencillamente, ya no seamos humanos.

¿Y si al final, lo más humano que nos queda es no saber lo que va a pasar?

No sé a ti, pero a mí… se me aprieta un poco el hojaldre.

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Gonzalo Villar | Piano - Teatro - Ciencia
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