Un eterno y grácil bucle

Un terno y grácil bucle
¿Está todo decidido? ¿Da igual lo que hagamos ya que nuestro destino está fijado, independientemente de nuestras decisiones? ¿O somos libres y soberanos para tomar nuestras propias decisiones, siendo dueños por tanto de nuestra vida?

¿Cómo has llegado hasta donde has llegado?

O mejor: ¿Cómo puedes llegar hasta donde quieres llegar?

Respuesta corta: currando como un mulo.

Respuesta de Gonzalo: un artículo de 3000 palabras.

Y es que si te planteas las cosas, si te haces preguntas, si analizas el mundo, empiezan a surgir caminos intrincados, aristas, enfoques… llámalo como quieras.

¿Está todo decidido? ¿Da igual lo que hagamos ya que nuestro destino está fijado, independientemente de nuestras decisiones? ¿O somos libres y soberanos para tomar nuestras propias decisiones, siendo dueños por tanto de nuestra vida?

Sí, es cierto, estas preguntas poco tienen que ver con nuestro día a día, nuestra empresa o el trabajo.

Y sí, es cierto, son preguntas que no tienen respuesta y que impactan de lleno en nuestro lugar en el mundo, en nuestra más íntima esencia.

¿Quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos?

Pues quédate conmigo si quieres saber de qué va todo esto. Aunque ya te lo adelanto: ni sé quiénes somos (así, a nivel existencial) ni de dónde venimos, ni a dónde vamos. Pero esta búsqueda nos va a llevar a sitios bonitos.

O eso espero.

La coincidencia

Mucho se ha escrito sobre el libre albedrío.

Y digo esto porque últimamente tengo la sensación de que hay muchas coincidencias. Son sutiles, pequeñas tonterías, pero una coincidencia siempre despierta una sensación curiosa, mezcla de sorpresa, curiosidad e incluso misterio.

Porque sí, las coincidencias existen, faltaría más. Quién no ha ido de viaje a la otra punta del mundo y se ha encontrado allí con alguien a quien hacía años que no veía, y que para más inri vive en tu misma ciudad. A todos nos ha pasado algo similar, pero no dejan de ser momentos puntuales, pequeños destellos en la oscuridad, que nos deslumbran, cierto, pero con un efecto transitorio, efímero; pronto nos acostumbramos de nuevo a la oscuridad.

Pero, ¿Qué pasa cuando estas coincidencias ocurren muchas veces, en un plazo corto de tiempo? ¿Son realmente coincidencias?

No, no lo son. O eso, al menos, es lo que pretendo demostrar con esto.

El problema surge cuando aplicamos la lógica. Desarrollo: si las coincidencias no existen, y ocurren por una razón, podría decirse que hay algo, o alguien, que mueve los hilos de nuestra existencia para que varias cosas confluyan en un punto, que no es otra cosa que la definición de una coincidencia.

No, no voy a hablar de Dios. Pero sí quiero llamar la atención sobre la importancia de una cosa: las coincidencias son una fuente inagotable de misterio, una gasolina de alto octanaje para la filosofía, la metafísica y por supuesto, la literatura y el cine. Y una manera de agitar la mente, o por lo menos la mía, que no tengo muy claro a dónde me lleva a veces.

Pero basta ya de divagar, vamos a centrar el tiro.

Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle, de Douglas Hofstadter.

Esta es la coincidencia.

Punto cero

Ese artículo, surgió de un capítulo del podcast Kaizen de Jaime Rodríguez de Santiago, una de esas personas a las que seguir es casi obligado.

Bien, en este capítulo, Jaime le pidió a Almudena Martín Castro (alguien que merece toda mi admiración y a la que sigo desde hace tiempo) algunas recomendaciones literarias. Como te podrás imaginar, en ese momento agucé el oído: un nuevo libro, OMG, eso lo tengo que escuchar.

El primer libro del que habló fue “Exhalación”, del que volveré a hablar después. El segundo fue un libro cuyo nombre no entendí. Retrocedí y nada, no lo entendía. Godelcherbaj. ¿Qué coño es eso, alemán, sueco, noruego, arameo?

Ea, vamos a Google. Después de unas cuantas búsquedas, puliendo los términos, lo encontré:

Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle, de Douglas Hofstadter.

Según los comentarios, un “must” de la literatura de divulgación científica, un libro tan bello como complicado, una referencia, un libro especial.

Click. Comprado. Ya está en mi Kindle.

Fecha de compra: 02/12/24.

Apúntala, es importante.

Primer destello

En septiembre empecé a ir a clases de piano. Empecé muy joven – unos 10 años – a tocar el Casio PT1 que me regaló mi abuela, sacando de oído canciones que me ponía mi padre, como el “Time of de season” de los Zombies.

Nunca quise apuntarme al conservatorio. Pensé, no sé si acertadamente o no, que hacer del piano una obligación me haría odiarlo. La cuestión es que nunca he dejado de tocarlo, salvo un receso de 13 años que comenzó con el nacimiento de mi hija mayor. Ya sabes, hay unos años en los que tu vida es de otros.

Pero la tan temida adolescencia ha tenido efectos colaterales y positivos, a saber, dispongo de algo más de tiempo. Eso y la compra de un piano de segunda mano (ocasión inesperada y aprovechada) han hecho que vuelva a tocar este instrumento tan increíble como difícil. Y vaya si lo he retomado con ganas. Toco todos los días, aunque sea un cuarto de hora. Me relaja y me hace sentir un placer que no alcanzo con otras actividades intelectuales.

Pero como me suele pasar, este impulso me ha hecho desear saber más, mejorar, crecer, así que a clases de piano, oiga. Más allá de que me he dado cuenta de lo poco que sé y cuánto me queda por aprender, estoy disfrutando como hace tiempo de mi tiempo libre.

Mi profesor, un tío que sabe un huevo de piano, pero también de música en general, de vez en cuando me manda cositas (deberes) y alguna que otra información adicional: vídeos, podcast, libros…

Cierto día, mi profesor me manda un Whatsapp y me dice:

“Para el próximo día hazte el análisis armónico del Preludio en C mayor de Bach. Ah, y por cierto, si puedes píllate este libro:

Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle, de Douglas Hofstadter”.

Fecha del mensaje: 03/12/24

Segundo destello

Los martes – también – voy a clase de teatro. Improvisación, concretamente. Salir a un escenario sin saber lo que va a pasar es vertiginoso y ciertamente tiene un punto de masoquismo, pero también es divertido, arriesgado, retador… casi terapéutico.

Mi profesor es un auténtico fenómeno: arquitecto, dibujante, actor y un auténtico erudito del mundo del cine, el comic y las historias. El gran CESAR RODRIGUEZ MOROY.

Él sabe de mi pedrada. Conoce perfectamente lo que me gusta e incluso lo que me apasiona, y un día, concretamente el día 3 de diciembre, martes, me dice:

“Tienes que escuchar un podcast que está hecho para ti. Se llama “La Firma de Dios”.

No es que no le prestara atención. Simplemente tengo muchas cosas en la cabeza (como todos, supongo) y muchas cosas pendientes que ver, leer y escuchar. Así que lo apunté en mi tarjeta de Kanban de “cosas para escuchar”.

Es importante remarcar que no es un podcast al uso, sino una audioserie, como las que hacía Orson Welles o las radionovelas que escuchaba mi abuela, pero más actualizada.

Aunque poco importa lo que sea, porque se me olvidó. Y ahí se quedó, en mi “TO DO”, hasta que un día, a principios de enero, César me preguntó si lo había escuchado. Y ahí sí, decidí que le iba a hincar el diente. Al día siguiente me bajé al gimnasio, a hacer mis 45 minutitos de elíptica, cascos en mano, dispuesto a empezar con “La firma de Dios”.

Creo que han sido los 45 minutos de deporte más cortos de mi vida (se me suelen hacer largos, esa es la verdad, por lo que sea) porque, sencillamente, estaba atrapado por esa historia. Ciencia, religión, matemáticas, física, extraterrestres, biología, música, genética… e incluso “mejorados” (The Boys, sí, The Boys) Sin duda, esa serie estaba hecha para mí.

Pero más allá de que esta serie toca todo lo que me apasiona, había algo que me mosqueaba continuamente mientras la escuchaba. Una suerte de resonancia, de eco, de sensación… intuición, si lo prefieres. Sabía que había algo, ahí detrás, casi podía tocarlo… pero no.

Hasta que acabé.

(Qué mierda cuando acabas un libro o serie que te apasiona. Te quedas… vacío, casi huérfano. Ya no podrás vivirlo otra vez de la misma forma).

No puedo quedarme así – pensé – necesito más. Entré en Google y había un libro: La Firma de Dios, de José Antonio Pérez Ledo. Ante el gran éxito del podcast, su creador publicó el guion en formato papel. Pulsé previsualizar, esa opción que te da Google Books, ya que no me iba a leer algo que acababa de escuchar (de momento, que me conozco) y ahí, en la página dos, en un prólogo en el que el autor explicaba el por qué de “La Firma de Dios”, leí esto:

“Como se ve, a mí también me afectó el confinamiento. Durante aquellos días apilados me dio por leer, releer u hojear libros como La rama dorada, La biblia desenterrada, Gödel, Escher y Bach: un eterno y grácil bucle, Sapiens, El antropólogo inocente o El libro de la ley de Aleister Crowley”

Boom.

Tercer destello

Este es algo más sutil, pero dado que todo empezaba a sonar extraño, puede que mi paranoia se excitase más de lo estrictamente necesario.

En cualquier caso, volvamos a ese 02 de diciembre, en el que escuché la entrevista a Almudena, que como ves me dio para mucho. En un momento dado, ella recomienda algunos libros, sí. Uno de ellos, el ya familiar Gödel, Escher, Bach, pero también nombró “Exhalación”, de Ted Chiang.

Chiang es un genio (“Exhalación” es brutal, pero “La historia de tu vida es una joya) pero no me extenderé sobre esto ahora. La cuestión es que también lo compré ese 2 de diciembre, y a ese no le di tregua. Lo empecé (y acabé) a los pocos días.

Chiang es un autor curioso. Suele escribir cuentos cortos (que publica en antologías) sobre temas tecnológicos, filosóficos, científicos… una especie de Black Mirror, para que me entiendas.

Pero este “Exhalación” se centra mucho en el libre albedrío y el determinismo, en las decisiones que tomamos, en la aleatoriedad – o no – del Universo en el que nos ha tocado vivir… Y es aquí donde surge el destello: una de las historias se centra en un mundo en el que se ha inventado un dispositivo, el prisma, que nos permite hablar con “yoes” de otras dimensiones… dimensiones alternativas que se crean cada vez que tomamos una decisión.

Ojo. A. La. Ida. De. Olla.

Pero es que es taaaaaan bueno.

No quiero hacer spoilers, pero las implicaciones que acarrea un avance tecnológico de este calado son absolutamente desconcertantes.

En fin, que te leas el libro que es una maravilla.

La cuestión es que unas semanas después me decidí a ver una peli que hacía tiempo que debería haber visto, pero por circunstancias de la vida, no había hecho. Seguro que has oído hablar de ella: Todo a la vez en todas partes.

Estoy seguro que de que no todo el mundo la apreciará – es una ida de olla de las muy, muy tochas – pero a mí, como creo que sospechas, me megaflipó. Una auténtica maravilla. Con un humor surrealista (como todo en la peli) pero con unas interpretaciones sobresalientes (amo a Jaime Lee Curtis) y un trasfondo muy, muy intensito…

¿Y de qué va? De alguien que descubre que puede contactar con otros “yoes” interdimensionales; “yoes” que se crean en cada decisión que tomamos.

Toma moreno.

Otra coincidencia que arranca ese “fatídico” 2 de diciembre de 2024: una especie de inflexión en el espacio-tiempo, como diría Doc en Regreso al Futuro.

¿Coincidencia? Creo que no.

Reconozco que me encantaría que todo esto tuviese una explicación fantástica, misteriosa, cinematográfica, espídica.

Pero no.

La verdad, la cruda y simple verdad, es que nada de esto es una coincidencia. De hecho, es todo lo contrario.

He llegado a ese libro por tres sitios distintos, cierto, pero todos ellos fruto de que mi actividad, los lugares a los que voy, la información que consumo, los libros que leo y las series y películas que veo están perfectamente elegidas por un subconsciente (bastante consciente) que busca siempre el mismo tipo de contenido.

Sigo a Almudena porque habla de música, física y ciencia, temas que me apasionan.

Y si voy a clases de piano y expreso mi fascinación por estos temas (aunque no sea consciente o no recuerde que lo he dicho, como es el caso, pero no tengo pruebas ni tampoco dudas, el profesor me facilita aquello que puede encajar en mis gustos.

Y si voy a clase de teatro y mi (otro) profesor ha visto mi espectáculo sobre ciencia y música y sabe de mi pasión por la ciencia ficción, me recomienda algo que sabe que me va a gustar.

Y eso que me recomienda está escrito por José Antonio Pérez Ledo, guionista, escritor y creador de Órbita Laika, un tío que sabe un huevo de ciencia y que tiene gustos muy similares a los míos (un crack, vaya) no es de extrañar que tenga influencias similares a las mías, realimentado mi frikor.

Y, y, y.

¿Coincidencia?

Venga ya.

Las coincidencias no existen. Yo he trazado mi camino. Yo y solo yo he llegado a “Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle” porque llevo años creando las condiciones para que esto ocurra. Y ha llegado por 3 sitios a la vez porque soy un canso y me paso el día leyendo frikadas de gente que lee más frikadas que yo. Y que es más sabia, más inteligente y ha hecho más esfuerzos que yo.

Pero más allá de todo esto, hay algo que me parece realmente importante.

Libre albedrío VS estrategia

No soy filósofo, así que no pretendo (ni puedo) hacer una disertación sobre el libre albedrío. Tampoco voy a aportar nada interesante a los ríos de tinta que se han escrito sobre esto. Pero para mí, a nivel personal, constituye una prueba de algo muy importante: si quieres alcanzar un objetivo, ten una estrategia.

No nos engañemos, he llegado a Gödel, Escher, Bach porque he trazado una estrategia. Inconsciente (o por lo menos semi-inconsciente) por supuesto, pero una estrategia al fin y al cabo: mi objetivo es aprender sobre música y ciencia, además de disfrutar con historias de ciencia ficción sobre estos temas, así que he ido acometiendo pequeños proyectos que han hecho crecer mi conocimiento en estas áreas y que me han llevado a otros proyectos; algunos directamente relacionados con mi objetivo, otros solo de forma tangencial.

Justo lo que hemos de hacer en un entorno empresarial.

¿Esto no te lo esperabas eh?

Los éxitos (y los fracasos) no suelen llegar por casualidad. Es verdad que la suerte – entendida como azar – existe, pero no es, en la inmensa mayoría de los casos, determinante. El establecimiento de objetivos, la creación de planes de acción y la monitorización de los mismos con indicadores (vamos, la mejora continua) son una de las claves para lograr nuestros retos, pero es necesario establecer estrategias más profundas.

Como especie, como género humano que lleva dos días en un Universo inabarcable, no sabemos quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Pero como empresa, como organización, sí que lo podemos saber.

Por eso es tan importante definir quiénes somos como empresa, qué buscamos y dónde queremos llegar, porque solo así nuestras acciones, conscientes y planificadas y, mucho ojo, inconscientes y espontáneas (lo que es mucho más importante) estarán perfectamente alineadas con nuestra esencia como empresa.

Tardarás más o menos, pero llegarás.

La alternativa (no tener una estrategia) nos lleva, ahí sí, a ponernos en manos del libre albedrío, del azar, del destino.

Y eso, a nivel empresarial, no suele acabar bien.

Por si tienes dudas

Cuanto más lo pienso, más encajan las piezas en mi cabeza. Al igual que yo he llegado a Gödel, Escher, Bach, mi empresa ha llegado a un punto en el que hace 10 años ni nos hubiéramos imaginado.

Y no ha sido por casualidad. Nos hemos centrado en dar un servicio de calidad, personalizado, cercano y que solucione problemas y ahorre costes a nuestros clientes. Por eso hemos ido a eventos en los que las empresas y los formadores buscaban lo mismo. Queríamos diferenciarnos en la comunicación, simplificarla para conseguir que las empresas entiendan lo que hacemos, y por eso hemos trabajado la puesta en escena, los discursos, el tono en nuestros copys.

Hemos llegado a donde hemos llegado porque TODAS nuestras acciones han respondido a una estrategia que, por supuesto, hemos ido cambiando y adaptando. No somos infalibles.

Esto mismo lo hemos podido observar en nuestros clientes. Empresas que desde hace años han apostado por la sostenibilidad, el ahorro energético y la disminución de su huella hídrica y de carbono. Esto les ha llevado a aprender, a establecer acciones y objetivos que, desde luego, no han alcanzado a la primera. Han tenido que hacer un largo viaje, se han equivocado y han acertado. Y en ese devenir se han cruzado con nuestra empresa, que comparte objetivos y aporta las soluciones que buscan. Les hemos ayudado a medir, a conocer cómo consumen su energía; hemos llegado al mismo punto desde diferentes caminos.

¿Coincidencia?

Ni de coña.

Las coincidencias, como los fantasmas y los mensajes del móvil de García Ortiz, no existen.

Pero podemos hacer que las coincidencias se generen. Solo necesitamos crear un bucle, un círculo virtuoso que nos lleve, poco a poco pero sin pausa, al punto al que queremos llegar.

Y ahora, te dejo porque tengo que empezar con Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle” que promete ser un camino tan complejo como apasionante.

¿Y quién sabe? Quizá en el camino surjan nuevas coincidencias.

O mejor llamémoslas… oportunidades.

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Gonzalo Villar | Piano - Teatro - Ciencia
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