Me llamo Gonzalo Villar y este es mi blog, mi web y mi mundo.
Y precisamente como es mi mundo, aquí voy a escribir sobre lo que me apetezca, me guste y me emocione. Y por supuesto, cualquiera es bienvenido a mi casa.
No sé muy bien cómo he llegado hasta aquí, pero lo cierto es que en un año me han pasado cosas que hace no tanto tiempo ni hubiera imaginado. O sí, tampoco de eso estoy seguro.
Quizá sea mejor que empiece por el principio.
Hace 13800 millones de años, una fluctuación cuántica llamada “transición del campo inflatón” hizo que el Universo empezara a inflarse.
13800 millones de años después, más o menos – concretamente un 11 de junio de 1978 – nací yo, un ser humano como cualquier otro, en el seno de una familia riojana. De Logroño, para más señas.
Soy el mayor de 4 hermanos y siempre fui un chaval responsable, buen estudiante y tendente a la melancolía, pese a lo que pueda parecer exteriormente.
No tuve una juventud fácil, pero tampoco traumática. Quizá fue porque las circunstancias me llevaron a madurar antes de tiempo. Pero siempre he utilizado el humor para sobrevivir. Es mi súper poder, y eso ha hecho que en general, caiga bien allí donde voy. No soy muy toca huevos, esa es la verdad… tengo un carácter fácil. No me enfado mucho e intento agradar a los demás. Quizá, más de lo necesario. Y sin quizá, mucho más de lo necesario.
Soy curioso por naturaleza. Todo me interesa. Todo. Pero quizá la ciencia (y la ficción, que con la anterior forma un tándem vencedor) sea lo que más interés despierte en mí.
Tengo casi 47 años y creo que soy lo que se llama alguien multipotencial. ¿Y eso qué quiere decir? Que hago de todo, pero nada en profundidad (salvo lo de ser ingeniero, que eso sí que lo hago en profundidad, por la cuenta que me trae): toco el piano, hago teatro de improvisación, escribo, doy conferencias, hago monólogos, divulgación científica, leo libros a cascoporro, me interesa la historia, la filosofía, la psicología… y claro, me meto en muchos fregaos.
Pero a lo que vamos, que me pierdo: ¿Cómo he llegado hasta aquí?

PRESENTACIÓN
Todo empezó hace unos 10 o 15 años, no lo sé con precisión, cuando vi una obra de improvisación teatral. Me quedé tan impresionado que me juré a mí mismo que eso, algún día, yo también lo haría.
Tengo muchos defectos, pero si digo que voy a hacer algo, suelo hacerlo. Aunque es verdad que normalmente sé identificar cuándo es el momento y cuándo hay que esperar. O aprender. O las dos cosas, tal es el caso que nos ocupa.
Así que ahí quedó la cosa, hasta que un día, hace como 6 o 7 años, los astros se alinearon y empecé a ir a clase de improvisación teatral en la escuela de David Monge, un gran maestro Jedi, actor y dueño de su cuerpo. Aterrado e inseguro al principio, fui mejorando y aprendiendo. Empecé a participar en alguna actuación organizada por la escuela y descubrí lo que se siente al subirse al escenario: algo muy guapo, difícil de explicar, mezcla de miedo, diversión, adrenalina y dopamina (Rojas Estapé dixit).
Además, empecé a tocar el piano en alguna actuación, mezclando improvisación con la música en directo: cositas muy sencillas porque al nacer mis hijos el piano había pasado a un segundo plano.
Y así seguí, aprendiendo, disfrutando y esperando; hasta que hice un curso de monólogos científicos. Un curso on line con la gente de BigVan Ciencia.
Fue un curso breve de una semana del caluroso julio del año 2023 de la era de Nuestro Señor, que acababa con la presentación de un monólogo propio, por video conferencia, ante los profes y compañeros. Sin público en directo, sin ver las caras de la gente, sin saber si estaba funcionando, nada lo hacía apetecible… pero dio igual. Disfruté. Disfruté como hacía años. Disfruté escribiendo el guion, disfruté ensayando, disfruté actuando y disfruté mejorándolo gracias a los comentarios que me hicieron.
A los profes, la inmensa Helena González-Burón y el fenómeno Oriol Marimón, les debió gustar, porque me ofrecieron actuar si alguna vez venían a Logroño.
Aunque yo me lo tomé como un “ya te llamaremos” y me olvidé. No porque no me fiara de ellos, sino porque para cuando vinieran ya se habrían olvidado de mí…
Hasta que 3 meses después, recién operado de la vesícula, sentado en el sofá viendo una película mientras mi cuerpo se acostumbraba a la nueva disposición del mobiliario corporal, recibí una llamada de Helena: el 22 de noviembre actuaban en Logroño y querían que participase. Le doy una vuelta, contesté. Mentía, ya había decidido.

NUDO
Estaba acojonado. Era octubre de 2023 y tenía un mes para preparar la actuación.
Tenía que hacer un monólogo en la Universidad – centro del rigor, el conocimiento y la ciencia – y las otras dos personas que actuaban conmigo eran gente que investiga, Doctores, pardiez, y con años de experiencia en comunicación científica.
Y yo, un ingenierito industrial, iba a hablar sobre energía (que no está entre los tres temas más humorísticos). Tenía la idea, el monólogo de 3 minutos que había presentado en el curso, pero de ahí a una actuación con público de verdad, y 12 minutos de duración, había un trecho.
Pero me puse a ello. En mis ratos libres reescribí el guion mil veces, y cuando pensé que estaba “presentable” me puse a ensayar. Todos los días. Identifiqué cosas que no funcionaban e introduje otras que mejoraban el texto. Se lo mandé a mi profesor de impro, el gran César Rodríguez – Moroy, que me dio su bendición, además de 4 ó 5 gags que utilicé gustoso. Le hice un pase privado a mi mujer, Clara, mi fan número uno en todas las locuras que hago.
Curré como un idiota, lleno de miedo, inseguridad e ilusión. Una ilusión de niño pequeño, bonita, inocente y completamente falta de ambición, más allá de cumplir un sueño.
Y llegó el día: 22 de noviembre de 2023, miércoles.
Me cogí fiesta y me fui al gimnasio después de desayunar. No hay mejor ansiolítico que un poco de sudor. Después, me fui al auditorio del Ayuntamiento de Logroño. Allí, durante la mañana, Helena y Oriol iban a interpretar monólogos científicos para adolescentes – Ojocuidao, que es un público difícil – y quería conocerlos en persona antes de la gran cita.
Fue un momento muy bonito. Nos abrazamos como si fuésemos amigos de toda la vida y estuvimos hablando un rato. Nos despedimos – ellos tenían compromisos varios – y yo me fui a mi casa, a descansar.
Había practicado el monólogo como mil millones de veces, y aun así tenía la sensación de no sabérmelo. Pero decidí que no iba a practicar más. Siempre he sido hormiguita, de los de ir estudiando y descansar el último día. Así que no iba a ser menos.
Y llegó la hora.
Estaba como un flan, pero esos dos cracks me protegieron. Salí en segundo lugar; Oriol a romper el hielo – tarea de alta responsabilidad – y Helena a cerrar por todo lo alto – tarea de alta responsabilidad igualmente – y yo en medio, entre almohadas.
Era mi primera vez y ellos lo sabían.
Escuchar a Oriol fue complicado, me sudaban las manos y solo escuchaba las risas del público (¿se reirán? ¿haré el ridículo? ¿funcionará?… ay, qué cabrón es nuestro cerebro) pero todo llega y Helena salió a presentarme. Ya estaba. Era mi momento.
Salí al escenario temblando. Aterrado. Aguanté los aplausos y esperé: el momento es crucial, si no lo eliges bien, puedes destrozarlo todo. Y me lancé.
Tengo alto el colesterol.
Esa era la frase. De ella, de cómo se pronunciase, de cómo impactara en la audiencia, dependía todo. Funcionó. La gente rio. Querían saber por qué. Querían saber la historia de ese cuarentón que, como ellos, empezaba a notar los efectos del tiempo en su cuerpo. Los tenía.
Me temblaba la voz. El público quizá no lo notase, pero yo sí. Joder, que desagradable es. Piensas que te va a dar algo. Pero seguí, con terror y temblor. Seguí, pardiez. Avancé con el texto mientras veía cómo la gente se reía, cómo me escuchaba. Había conectado.
Y esa sensación, querido lector, es INCREÍBLE.
Fui avanzando por el texto, jugando, improvisando incluso (cosa que solo se puede hacer si llevas el texto aprendido al dedillo). Hasta que acabé con la frase final que, por supuesto, como todo guionista sabe, tiene que unirse con el principio en un círculo argumental.
Y la gente aplaudió, se levantó. Gritó.
A todos nos gusta que nos den una palmadita en la espalda, cierto. Pero aquello era distinto. Había hecho feliz a la gente durante 10 minutos (los 12 de los ensayos se acortaron un poco, por lo que sea).
Y eso, ESO, es lo que engancha.
Tenía la dopamina, la oxitocina y la bilirrubina por los aires. Puesto de felicidad. Morado de orgullo. Sí, de orgullo: me lo había currado mucho y me había salido bien.
Pero yo, en ese estado, soy peligroso.
Ya en calma, pasadas unas horas, me dije a mí mismo: Quiero más. Quiero más de esto. Y sé cómo lo quiero. Llevaba ya semanas con una idea rondándome la cabeza y ese día cristalizó.
Quería explicar la música. Aún diría más: la ciencia que hay en la música.
Me quedé agotado. Además, aquel noviembre había sido muy intenso en el curro y diciembre suele serlo más: las empresas, antes de un período vacacional, se vuelven locas y quieren que todo esté cerrado, aunque no lo retomes hasta dentro de 4 meses.
Pero yo tenía en la mente, todo el tiempo, la idea de cómo explicar, de forma amena y sencilla, la ciencia que hay en la música. Así que durante ese mes, mientras no trabajaba o llevaba a hijos de un entrenamiento a otro, me dediqué a pensar, que suele ser una buena inversión.
Pensé y pensé, hasta que llegó Navidad y pude cogerme unos días libres, que me dieron la oportunidad de empezar a escribir. Parí un primer guion, un embrión de monólogo. Imperfecto e inconexo. Con errores argumentales y científicos. Pero un comienzo esperanzador.
Seguí trabajando hasta que volvió a pasar. Un día de febrero, Helena volvió a llamarme: el18 de mayo volvían a Logroño y querían que actuase de nuevo con ellos. ¿Puedo hacer un monólogo sobre ciencia y música? – pregunté – Puedes hacer lo que te dé la gana – respondieron.
Yeah.
La cosa estaba clara: tenía una idea ya empezada, y mucho más tiempo que en la anterior ocasión, así que tenía que estar tranquilo.
Pero no lo estaba. Ni de coña. El reto era mayúsculo: explicar la ciencia que hay en la música (no soy físico) con música en directo (no soy músico profesional) con humor (no soy guionista) y con rigor (no soy científico). Madre mía. Manolete, si no sabes cocinar, pa qué te metes.
Pero hay algo que puede con todo eso.
La pasión.
Empecé a leer y a estudiar. A documentarme. De esos meses viene mi pasión por Almudena Martín Castro, al descubrir su libro “La lira desafinada de Pitágoras”. Incluso contacté con ella y le mandé el guion para que me corrigiera errores científicos (algunos de sus “jajajaja” me dieron aliento para seguir).
Y en ese momento, se cruzó otro camino.
Más o menos desde la misma época en que hice mi primer monólogo con los BigVan en la Universidad, empecé con una compañía de teatro de improvisación: 3 tiempos impro. Nos pusimos a trabajar en un espectáculo y nos lanzamos al vacío. El 9 de marzo de 2024, en la Sala Gonzalo de Berceo, debutamos oficialmente. Y lo haríamos con un aspecto diferenciador: íbamos a improvisar, también, cantando. Yo, claro está, tocaría el piano. Y en la Sala Gonzalo de Berceo hay un piano. De cola. Stenway and Sons. Un puto Ferrari.
Ninguno de los tres (Rami, Fer y un servidor) pensábamos que fuese a haber más de 30 personas viéndonos, pero a veces la realidad tiene estas cosas: sin saber muy bien cómo, llenamos el teatro. Y lo que es más extraño aún: sin saber muy bien cómo, a la gente le gustó lo que vio.
Pero pasó algo más.
Habíamos actuado en un teatro público, disponible para cualquiera que lo solicite, con un piano de cola del copón.
¿Y si…?
Bah, no… ¿a dónde vas Gonzalo, quién te crees que eres?
Ya, pero …
A ver Gonzalo, es 10 de marzo y tienes un monólogo a medio hacer.
Ya, sí, es verdad. Pero oye, por entrar en la web del teatro a ver si hay fechas disponibles tampoco pasa nada… ¿No?
Sí, eso es cierto.
Pues oye, vamos a entrar.
Venga.
…
…
…
Una fecha disponible.
21 de junio, viernes.
Último día de curso (aunque de eso me enteré después).
Y no lo pensé.
Descargué la documentación y lo solicité.
Pin, pon, chorizo y salchichón. Así hago yo las cosas cuando sé que sí es el momento.
Cierto, tenían que concedérmelo, pero ya estaba hecho.
Y seguí con la preparación del guion para el 18 de mayo con los BigVan. Como no podía ser más de media hora, tuve que ser muy estricto y recortar todo lo que no funcionaba o no aportaba a mi objetivo, que no era otro que conseguir explicar la ciencia que hay dentro de la música y las herramientas que esta usa para emocionarnos. Algo complicado, ya que son dos enfoques divergentes. Y tuve que descarar movidas muy guapas, pero no había otro remedio.
Poco a poco centré el tiro y di con algo que me convencía y me gustaba. Algo que yo creía que podría funcionar.
Y entonces, me llegó el email:
El Director General de Cultura, en el ejercicio de la competencia que por delegación le ha sido asignada (Resolución 28/2024, de 10 de enero. BOR nº 10 de 15/01/2024)
RESUELVE
Autorizar el uso de la Sala Gonzalo de Berceo el 21 de junio de 2024 a GONZALO VILLAR ADÁN, con NIF XXXXXXXX para realizar el concierto ACORDE A LA CIENCIA. Utilizará el piano de cola.
No era un concierto, era un monólogo. Pero daba igual.
Me cagué.
Figuradamente, se entiende.
Me quedaba un mes para actuar con los BigVan y dos meses para estrenar mi monólogo en un teatro, con un piano de cola y solo ante el peligro.
Así que tomé una decisión. Me iba a centrar en el día 18. Un monólogo de media hora. Iba a ser una prueba, ver qué funcionaba y qué no. Y a partir de ahí, me centraría en el 21 de junio, añadiendo las partes que era imposible meter en media hora pero que, sí o sí, quería introducir.
Cuando tuve el monólogo 1.0 terminado, empecé a ensayar. Todos los días. Todos. No fallé ni uno hasta el sábado 18 de mayo.
La actuación era en el Centro Comercial Xperience, que no es el mejor sitio para un espectáculo como el mío. Niños saltando en colchonetas, reguetón a toda pastilla atrás, Ariana Grande delante, techno motivador en el gimnasio de la izquierda; padres tomando cervezas dejando a sus hijos campar a sus anchas (no les juzgo, tengo hijos).
Si conseguía atrapar al público en esas condiciones habría cumplido el objetivo.
Y lo hice. Funcionó.
Pese al ruido, pese a los niños coñones gritando, pese a lo ambicioso de la empresa.
Primer escalón ascendido. Ahora, tocaba el más alto, el más difícil todavía.
DESENLACE
Tenía un mes, exactamente, para pasar de un monólogo de media hora a uno de una hora. Puede que pienses que es una misión difícil, y a priori lo es. Pero yo sabía que era posible. Las razones eran, básicamente, dos:
- En la actuación del 18 de mayo quería meter tantas cosas que iba a toda leche. Cumplía media hora justa a cambio de correr más que Trump poniendo aranceles.
- Además, tenía varios temas que había tenido que quitar y que me molaban un huevo, sobre todo la parte final.
Desde el punto de vista de la dramaturgia, correr es lo menos recomendable que puede hacer un actor. Yo lo sabía, pero aun así lo hice porque quería probar cosas. Probarme yo. Pero en una actuación en un teatro, solo ante el público, con un piano de cola – de gran cola, de hecho – no podía correr. Mejor aún: no tenía que correr.
Así que reescribí el guion. Muchas ideas ya estaban medio escritas (eran descartes del 18). Otras, estaban ya en mi cabeza prácticamente terminadas. Así que esa fase fue sencilla. Lo difícil vino después.
Repetí el monólogo cada día. No olvides que venía de repetir un monólogo de media hora cada día desde hacía 2 meses: estaba cansado.
Aun así, lo hice. Repetirlo tantas veces hace que veas un texto teatral como un ser vivo. Vi cosas que no funcionaban; cosas que me encantaban; tuve nuevas ideas. El texto evolucionó, creció. Se hizo mayor.
Y así, entre días de trabajo, extraescolares y una hora de ensayo diario, llegó el viernes, 21 de junio, último día de curso escolar.
Calor, padres en la calle con hijos que ya están de vacaciones. Olor a verano.
Era, probablemente, el peor día para actuar en un teatro.
Pero para mí, después de tanto esfuerzo, fue uno de los mejores días de mi vida.
Y el comienzo de esta aventura.